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martes, 22 de diciembre de 2015

El dolor de no poder jugar más al fútbol.

Son varias las lágrimas que brotan de estos ojos morenos tristes mientras escribo estas líneas. Tal vez no me fije en la prosa y las musas estén dando vueltas por otros rincones. No interesa. Quizás solo quiera descargarme. ¿Me permiten?
Dicen que cuando aprendí a caminar lo hice con una pelota al lado. Mis primeros recuerdos son jugando con ella en la calle de tierra frente a mi casa del barrio donde nací gritando y celebrando goles ... Tenía cinco años cuando jugué mi primer torneo con camiseta. . Pero las calles y las canchitas de los barrios fueron mi lugar... corriendo atrás de una pelota de fútbol. Esa alegría que provocaba tenerla en los pies, hacer un gol, salir corriendo a festejar. Soñar con ser futbolista. Admirar al nº 1 del momento; jugar y querer parecernos, aunque era imposible.
La satisfacción de ponerte la camiseta, atarse los cordones antes de entrar a la cancha, el aroma a vestuario, llorar por perder un partido, festejar por ganar, los compañeros, el equipo; jugar a la pelota hasta que el sol se escondía, pegarle al “fulbo” de trapo contra la pared una y otra vez con la pierna inhábil; soñar que en el partido de mañana iba a hacer un jugadón y cuando me saliera el arquero haría una pirueta; ensayar los jueguitos una y otra vez, imaginar un caño o un doble caño como el que me salió aquella vez durante un torneo nocturno...
Nunca fui el mejor del equipo, pero me gustaba estar en equipos con buenos jugadores, pero, por sobre todo, con amigos. Y desde chico esa pelota me dio amistades. ¡Cómo nos reímos!
Jugar al fútbol. Jugar. Me pongo a pensar, y hoy, esta tarde donde me acaban de dar la noticia que me entristece, me consuelo diciendo que JUGUÉ al fútbol. Jugué, hice amigos, perdí, gané, reí, lloré, disfruté JUGANDO a la pelota. Ya con estos años encima, seguí siendo feliz dentro de una cancha de fútbol, incluso enfermo o lesionado fui a jugar. Y a la larga ese bello capricho que Dios me regaló me “juega una mala pasada”.
El traumatólogo  me indicó la pantalla de la computadora donde estaba la imagen de mi pie. (Perdón, pero quiero llorar como lo hice en ese momento. Sí, quiero llorar, vos que jugaste a la pelota me entendes, ¿no?). Me mostró la deformación del dedo, artrosis, y me dijo la peor frase que jamás quise escuchar.
“Mire, usted ya no puede seguir jugando al fútbol, busque otro deporte”.
¿Qué? A aquel niño hoy devenido en “adulto” los ojos se le llenaron de lágrimas, como en este momento, incrédulo. ¿Cómo? ¿Qué? ¿Qué es eso de no jugar más a la pelota? ¿Buscar otro deporte? El fútbol es el fútbol. Fue mi escaparate. Fue mi consuelo. Imposible. ¡No!
Tal vez todo eso dije con mi rostro. Y quizás el médico lo entendió y se apiadó: “Puede jugar, pero le va a doler. Incluso si no juega le va a doler. Juegue, pero con cuidado”. Si, dijo JUEGUE. “Más dolor es saber que no jugaré más a la pelota”, fue el saludo que le di al especialista mientras guardaba la receta con las inyecciones y las sesiones para fisioterapia.
*El texto original a sido modificado, para quitar nombres de personas ,ciudades y hacerlo un relato donde mientras lo lees le pongas el nombre, el sitio y lugar que tu quieras.

Este texto fue publicado por primera vez el 13 de enero de 2013 en eldiariofénix.com, de España