LA GENTE solía razonar que los deportes eran provechosos porque formaban el carácter de la persona. Afirmaban que los partidos promovían el aprecio por el trabajo duro, la deportividad y la satisfacción de jugar. Hoy día, sin embargo, a muchas personas estos argumentos les suenan vacíos, hasta hipócritas.
Uno de los problemas principales radica en el énfasis que se pone en ganar. La revista Seventeen llama a eso “una cara oscura de los deportes”. ¿Por qué? Porque, citando de la misma revista, “ganar adquiere más importancia que la honradez, las tareas escolares, la salud, la felicidad y la mayoría de los demás aspectos importantes de la vida. Ganar lo es todo”.
La experiencia de Kathy Ormsby, una universitaria estadounidense que sobresalió en el atletismo, sirve para ilustrar las lamentables consecuencias de poner demasiado énfasis en los logros deportivos. El 4 de junio de 1986, unas semanas después de establecer un récord universitario nacional femenino en la carrera de 10.000 metros, Kathy salió de la pista mientras competía en los campeonatos de la NCAA (National Collegiate Athletic Association), corrió hacia un puente cercano y trató de suicidarse tirándose de él. Aunque sobrevivió, quedó paralítica de cintura para abajo.
Scott Pengelly, un psicólogo que trata a atletas, comentó que el caso de Kathy no es único. Tras el intento de suicidio de esta joven, Pengelly informó: “Recibí llamadas telefónicas en las que me decían: ‘Creo que a mí me ocurre lo mismo’”. Otra atleta, Mary Wazeter, de la universidad de Georgetown (E.U.A.), que logró un récord nacional para su edad en un medio maratón, también intentó suicidarse tirándose de un puente, y quedó paralítica para el resto de su vida.
La presión para ganar, para responder a las expectativas, puede ser inmensa, y las consecuencias del fracaso, devastadoras. Donnie Moore era un destacado lanzador del equipo de béisbol California Angels. Si hubiese logrado un strike más, habría conseguido que su equipo pasase a la Serie Mundial de béisbol de 1986. Pero el bateador del equipo de Boston (Massachusetts) logró una home run (carrera completa) y su equipo no solo ganó el partido, sino también el campeonato de la Liga Americana, y así se clasificó para la Serie Mundial. Donnie, quien según sus amigos estaba obsesionado por su fracaso, se suicidó de un disparo.
Una competencia extremada
Un problema relacionado con el que se acaba de exponer típico de los deportes de hoy día es la extremada competencia. No es exagerado decir que los competidores pueden transformarse en verdaderos monstruos. Cuando era campeón de peso pesado, el boxeador Larry Holmes dijo que una vez que subía al cuadrilátero tenía que cambiar. “Debía dejar fuera la bondad y sacar a relucir todo lo malo —explicó—, como el doctor Jekyll y míster Hyde.” Los deportistas llegan a tener un impulso obsesivo de tratar de impedir que los ganen otros tan buenos como ellos.
“Hay que tener ese fuego dentro —dijo en cierta ocasión un ex entrenador de fútbol americano—, y no hay nada que alimente tanto ese fuego como el odio.” Se informa que incluso el anterior presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, dijo en cierta ocasión a un equipo de fútbol americano universitario: “Pueden sentir un odio limpio al contrincante. Es un odio limpio, pues solo está relacionado con la camiseta”. Pero ¿está bien llegar a tener odio a un contrincante?
En cierta ocasión, Bob Cousy, una estrella del baloncesto que jugó en el equipo de los Boston Celtics, habló de su labor de marcar a Dick Barnett, un jugador de Los Angeles Lakers que conseguía muchas canastas. “Me senté en mi cuarto desde la mañana hasta la noche —dijo Cousy—. Todo lo que hice fue pensar en Barnett; por un lado repasaba la manera de marcarle, y por otro iba sintiendo odio hacia él. Cuando llegó el momento de salir a la cancha, estaba tan enfurecido que si Barnett me hubiese dicho un simple ‘hola’, probablemente le habría dado una patada en la boca.”
Lo cierto es que muchas veces los jugadores salen con la intención de lesionar a sus oponentes, y se les recompensa por ello. El cronista deportivo Ira Berkow dijo que un jugador de fútbol americano que logra que un contrincante tenga que abandonar el partido por lesión es “abrazado y estrechado [por los demás jugadores de su equipo] por haber hecho un buen trabajo. Si ha dado suficientes de esos golpes fuertes, [...] se le recompensa al final de la temporada con un aumento de sueldo o, en el caso de jugadores menos destacados, con otro contrato. Por eso los jugadores llevan con orgullo sus apodos, como Joe Greene, el Ruin, Jack (el Asesino) Tatum”, etcétera. (The New York Times, 12 de diciembre de 1989.)
Fred Heron, jugador (defensive tackle) del equipo de fútbol americano St. Louis, comentó: “Los entrenadores nos dijeron que el punto débil del quarterback (cerebro o mariscal de campo) [del Cleveland Browns] era el cuello. Sugirieron que, si se me presentaba la oportunidad, tratara de lesionarlo para que no pudiese continuar el partido. Así que en cuanto pude me abrí paso a través de la línea de jugadores, adelanté al centrocampista y al defensa, y me planté delante de él. Le agarré la cabeza con el brazo, y él perdió el control de la pelota y la dejó caer. Mis compañeros me alababan. Pero yo miré al quarterback, que estaba tendido en el suelo dando muestras de dolor. De pronto me dije: ‘¿Me he convertido en una bestia? Esto es un juego, pero yo estoy tratando de lesionar a alguien’”. Heron añadió: “El público me ovacionó”.
Muchos se lamentan de que un importante problema de los deportes en la actualidad lo constituyen las lesiones debidas a una competencia extremada. Por desgracia, millones de tales lesiones las sufren niños que han comenzado a practicar deportes en los que hay mucha competencia desde muy pequeños. Según la U.S. Consumer Product Safety Commission, todos los años se atiende en la sección de Urgencias de los hospitales a cuatro millones de niños lesionados mientras participaban en algún deporte, y se calcula que los médicos de cabecera atienden a ocho millones más.
Muchos niños padecen lesiones recurrentes, algo que raras veces se veía años atrás. Antes, cuando los niños jugaban solo para divertirse, regresaban a casa si se hacían daño, y no volvían a jugar hasta que el dolor y las molestias habían desaparecido. Pero en los deportes organizados de competición, muchas veces los niños siguen jugando y se dañan partes del cuerpo que ya están resentidas o doloridas. Según un gran jugador de béisbol ya retirado, el lanzador Robin Roberts, los principales culpables del problema son los adultos. “Colocan en los chicos demasiada presión, psicológica y física, mucho antes de que estén preparados para ello.”
Dinero y fraude
Otro problema de los deportes es que el dinero se ha convertido en el interés principal. Parece ser que lo que impera en los deportes es la codicia, no la deportividad y el juego limpio. “La inocencia de los deportes, siento decirlo, desapareció por completo en la década de los ochenta”, se lamenta Jay Mariotti, columnista del periódico The Denver Post. Los deportes “se introducen jactanciosamente en los años noventa como una fuerza monstruosa de nuestra cultura, una industria gigantesca y multimillonaria (de unos 63.000 millones de dólares [E.U.A.], que ocupa el vigésimo segundo lugar en América) a la que a veces se califica mejor con la expresión ‘negocio sucio’”.
El año pasado, cada uno de los ciento sesenta y dos jugadores de béisbol de las ligas principales de Estados Unidos —más de uno de cada cinco— ganó más de un millón de dólares [E.U.A.], siendo el salario máximo obtenido de más de tres millones de dólares. Hoy, un año después, más de ciento veinte jugadores sobrepasarán los dos millones de dólares (treinta y dos de ellos recogerán más de tres millones de dólares y por lo menos uno superará los cinco millones de dólares) anuales desde 1992 hasta 1995. La búsqueda de dinero y de grandes salarios se ha hecho común también en otros deportes.
Hasta en los deportes universitarios muchas veces se pone el énfasis en el dinero. Se remunera a los entrenadores de los equipos ganadores, que llegan a percibir hasta un millón de dólares al año en concepto de salario, además de otros beneficios económicos. Las escuelas cuyos equipos de fútbol americano se clasifican para jugar en los bowl games estadounidenses de finales de año reciben muchos millones de dólares: en un año reciente, 55 millones. Los equipos universitarios de “fútbol [americano] y baloncesto tienen que hacer dinero —explica John Slaughter, rector de una universidad—, y para hacer dinero tienen que ganar”. Esto resulta en un círculo vicioso de consecuencias desastrosas, en el que ganar se convierte en una obsesión.
Como los jugadores profesionales deben ganar a fin de mantener su empleo, suelen hacer lo que sea para conseguirlo. “Ya no es un deporte —dice Rusty Staub, anterior estrella del béisbol—, es un negocio físico y violento.” Las trampas lo impregnan todo. “Si no se hacen trampas, se quiere decir que no se intenta [ganar]”, explica Chili Davis, jugador de béisbol en el puesto de exterior (outfielder). “Haces lo que puedes si no te descubren”, dice Howard Johnson, que juega de interior (infielder) en el New York Mets.
Así se socava la fibra moral, un gran problema que también se observa en los deportes universitarios. “Algunos entrenadores y directores de deportes hacen trampas —admite Harold L. Enarson, ex rector de la universidad del estado de Ohio—, mientras los presidentes y administradores hacen la vista gorda.” En un año reciente, la National Collegiate Athletic Association sancionó a 21 universidades de Estados Unidos por infracciones y se sometió a investigación a otras 28 universidades.
No es de sorprender que los valores de los jugadores jóvenes estén por los suelos, otro importante problema de los deportes hoy día. Es común el uso de drogas para aumentar el rendimiento; en cambio, no es tan común conseguir una educación. Un estudio extenso confirma que en los recintos universitarios en los que se da mucho énfasis a los deportes, los jugadores dedican más tiempo durante la temporada a practicar su deporte que a estudiar y asistir a clase. Un estudio federal también descubrió que en una tercera parte de los institutos y universidades estadounidenses que dan mucho énfasis al baloncesto masculino se gradúan menos de uno de cada cinco jugadores.
Además, con demasiada frecuencia los pocos deportistas universitarios que con el tiempo triunfan en el deporte profesional y ganan buenos salarios terminan de manera trágica. Son incapaces de administrar su dinero y de afrontar la vida con realismo. Travis Williams, que murió el pasado mes de febrero a los cuarenta y cinco años sumido en la pobreza y sin un techo bajo el que cobijarse, es solo un ejemplo. En 1967, mientras jugaba con los Green Bay Packers, un equipo profesional de fútbol americano de Estados Unidos, logró un récord aún vigente: corrió un promedio de 41,1 yardas (37,6 metros) con la pelota después del kickoff (patada con la que se pone en juego la pelota después de marcar). En cierta ocasión comentó que cuando estaba en la universidad, “nunca tenía que ir a clase. Bastaba con que compareciese para los entrenamientos y los partidos”.
Problemas relacionados con los espectadores
En la actualidad, la gente pasa más tiempo viendo cómo se juegan ciertos deportes que practicándolos, por lo que han surgido importantes problemas. Por un lado, el ir a menudo a ver partidos expone a la persona al comportamiento obsceno y hasta violento de otros espectadores. En el ambiente cargado de emociones de algunos partidos, las peleas no son infrecuentes; como resultado, centenares de personas han resultado heridas y hasta muertas mientras presenciaban acontecimientos deportivos.
No obstante, hoy la mayoría de los espectadores no están presentes en los partidos, sino que los ven por televisión. En Estados Unidos hay un canal de televisión que emite deportes las veinticuatro horas del día y dedica a las noticias de deportes que se juegan en el día más tiempo que el que dedica cualquiera de las principales cadenas de televisión a las noticias diarias. Pero, ¿se pueden ver deportes en la intimidad del hogar sin que surja problema alguno?
Por supuesto que no. Una mujer explica: “Durante años, mi marido se ha conocido todos los deportistas profesionales, y él no es ni mucho menos un caso aislado. Casi todos sus amigos ven los deportes regularmente. Lo peor de esto —dice esta misma mujer— es la influencia que ejerce en los niños. Me sienta mal que mi marido dedique su tiempo libre a ver deportes sin mostrarnos ninguna consideración a mí o a los niños”.
¿Una queja aislada? En absoluto. En familias de muchas partes del mundo, hay quienes pasan demasiado tiempo viendo deportes y descuidan al resto de la familia. Una esposa brasileña comenta sobre una grave consecuencia: “El amor y la confianza entre el marido y la mujer pueden irse socavando gradualmente, lo que pone en peligro el matrimonio”.
Los aficionados a los deportes a menudo se desequilibran también en otros aspectos. Acostumbran a idolatrar a los jugadores, algo que algunos de los propios jugadores ven como un problema. “Cuando entraba en mi ciudad natal, las personas se detenían y me contemplaban como si estuviesen esperando bendiciones del Papa —comentó el famoso tenista alemán Boris Becker—. Cuando miraba a los ojos de mis hinchas [...], me daba la sensación de estar mirando a monstruos. Su ojos fijos no tenían vida.”
No hay duda de que los deportes pueden ejercer una fuerza magnética que emociona a la gente y crea fuertes lealtades. La fascinación no solo radica en la labor de equipo y las hábiles hazañas de los jugadores, sino también en la incertidumbre de cómo terminará el partido. La gente quiere saber quién ganará. Además, los deportes ofrecen distracción de lo que para millones de personas tal vez sea una vida monótona.
Pero, a pesar de todo esto, ¿pueden traer felicidad los deportes? ¿Pueden proporcionar verdaderos beneficios? Y, ¿cómo puede usted evitar los problemas relacionados con los deportes?
La religión de los deportes
El canadiense Tom Sinclair-Faulkner afirmó que “en Canadá, el hockey [sobre hielo] es más que un juego: para muchos, es como una religión”. Esta es la actitud típica que manifiestan muchos entusiastas del deporte, sin importar donde vivan.
Por ejemplo, en Estados Unidos se ha llamado a los deportes “una religión seglar aceptada”. David Cox, psicólogo de deportes, indicó que “existen muchas conexiones entre los deportes y la definición que el diccionario da del término religión”. Algunas “personas tratan a los deportistas como si fuesen dioses o santos”, añadió el señor Cox.
Los fanáticos de los deportes hacen grandes sacrificios, dedicando tiempo y dinero a su deporte, a menudo con perjuicio para sus familias. Los hinchas son capaces de pasar incontables horas viendo deportes por la televisión. Visten con orgullo los colores de su equipo y llevan emblemas deportivos a la vista de todo el mundo. Entonan entusiásticamente canciones y estribillos que los identifican como devotos de su deporte.
Muchos deportistas hasta llegan a orar por la bendición de Dios antes de un partido, y se arrodillan para ofrecer una oración de gracias cuando marcan un gol. En el Campeonato Mundial de fútbol de 1986, una estrella del fútbol argentino atribuyó su gol a la mano de Dios. Y al igual que a algunos fanáticos religiosos, a estos fanáticos de los deportes se les ha llamado “fundamentalistas dogmáticos”. Su fanatismo ha desencadenado peleas sangrientas, mortales en ocasiones, entre hinchas rivales.
Desde este espacio siempre hemos hecho hincapié en lo bueno y lo sano del deporte y los valores que este tiene ,pero no somos ajenos a los problemas que el deporte en general sufre ,es por eso que publicamos este articulo de la revista watchtower de 1991 ,no con la intención de hacer proselitismo religioso ,si no ,con la intención de que como parte del sistema deportivo mundial sea cual sea su especialidad ,brindemos nuestro granito de arena ,para ayudar a mantener los verdaderos valores del deporte e inculcarlos como tales a nuestros hijos.
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